MANUEL RIVA / LA GACETA

Chop es todo un distinguido ciudadano de la república perruna. Está bajo el protectorado directo de los “chauffeurs” y mozos tucumanos quienes sienten por él un afecto idolátrico. Para ellos, Chop, es la satisfacción complementaria de sus regocijos. Come con ellos, vive con ellos y solamente con ellos tiene actitudes cariñosas. Con estas palabras LA GACETA del 5 de diciembre de 1920 presentaba a un personaje “del ambiente tucumano”: el famoso perro Chop, la mascota de los choferes y mozos del centro de San Miguel de Tucumán.

El can tenía el cariño de todos y según el relato apareció sobre el estribo de un auto unos cinco años atrás. Feo, huraño, solemne, plebeyo… cautivó a todos y se quedó. Este famoso perro de raza desconocida, quizás el producto de una serie de cruzas, determinó su personalidad libre, pero con cierto apego a sus amistades. Sus propietarios no lo descuidaban y pagaban religiosamente su patente, elemento que lo habilitaba a pasearse sin problemas en sus reales: la plaza Independencia. Ello, además, le evitaba una posible visita a la perrera.

En el café y el auto

Chop también dejaba en claro que otro de sus lugares favoritos era el asiento del chofer en los autos de alquiler. Plaza que ocupaba seguido debido a su temperamento de bohemio vagabundo.

El periodista indica que las atenciones de sus protectores las recibe con un escogido repertorio de zalamerías perrunas que jamás pecan de dulzonas.

Los acompaña continuamente, ya bajo la mesa del café donde conversan, ya trepándose en el asiento del “chauffeur” cuando el auto está por partir. Su historia está emparentada al lugar donde los choferes pasaban sus ratos de ocio y descanso: el viejo café “San Martín”. Allí permanecía tendido hasta que no bien ve dar manija a un auto, levántase majestuoso y arriba. Hay que ver con que gallardía se sienta al lado del conductor.

El perro demostró también un espíritu intrépido cuando fue hasta el aeródromo del parque 9 de Julio y vio por primera vez un aeroplano, quedó flechado y decidió que debía saber que era eso. Según la crónica el avión esperaba que su piloto, el reconocido capitán inglés Holland, contratado por el Aeroclub para pilotar la nueva nave que habían traído ese año de 1920 y que tuviera su bautismo el 5 de abril. Partía ya, y el perro, sin que nadie pudiera contenerlo, saltó al aparato metióse en la canasta… y voló. Era lo único que le faltaba para completar su carrera deportiva.

A poco, el capitán sufrió una caída con su aparato. Tres días guardó cama el malaventurado aviador, y durante ellos permaneció Chop a los pies del lecho. Tan patético era su dolor mudo que enterneció a cuantos lo vieron. No quiso comer nada en esos tres días ni se movió siquiera por no incomodar al postrado. Cuenta la historia que Holland se encariñó con el can y hubiera pagado el dinero que sea para llevárselo. Pero Chop era un espíritu libre, por lo que su compañía era para consolar a un amigo, y sus amigos eran los choferes y mozos a quienes volvía irremediablemente.

Para el animal eran familiares el avión Halcón y la motocicleta del otro reconocido piloto de la época, Holtzem.

Muchos compradores

Muchos quisieron comprarlo pero nadie pudo quedárselo. Uno de los interesados fue un inglés del ingenio La Florida: extremaron los cuidados para no perderlo con ataduras y encierros. Pero pasado un tiempo, y cuando se pensaba que Chop se había familiarizado con su nuevo hogar, se lo liberó y escapó. Se subió el primer auto de alquiler que vio y a las pocas horas ya estaba de regreso junto a sus benefactores de la plaza Independencia.

En otra ocasión evitó el robo en la casa de uno de los mozos que le daba acogida. Como animal noctámbulo que era, pasó una noche por la casa de aquel y vio a gente extraña en la puerta de la vivienda. Comenzó a ladrar, fue alejado con piedras pero regresó y siguió con su alerta. Despertó al vecindario y los sospechosos huyeron.

Es de recordar también que este cuadrúpedo pasaba sus noches en lugares distintos: cada uno de los choferes y mozos habían organizado un cronograma para llevárselo a la noche. Nunca se equivocó y pese a perderlo de vista sabía con precisión con cual de ellos debía partir para su descanso nocturno. Y volvía a la mañana siguiente a la plaza.

Chop es, en resumen, conocido por cuanta gente posee auto en Tucumán, por todos los trasnochadores cafetineros y por muchos más. Su fama ha llegado hasta Buenos Aires, entre el gremio de los “chaufferes”. Así cerraba el relato de presentación de tan inteligente animal que, pese a tener muchos dueños, jamás los confundía.